NUEVAS MASCULINIDADES


En primer lugar, para hablar de masculinidades es necesario diferenciar entre masculino y femenino, y a su vez entre sexo y género.

El término sexo hace referencia a las características biológicas de mujeres y hombres, determinadas por la anatomía y la fisiología. Se trata por tanto de una categorización determinada por el nacimiento. A su vez, el concepto de género expresa lo que cada sociedad en cada época identifica como propio de un sexo o de otro; es una construcción social y cultural que determina los roles y  la manera de comportarse e interactuar entre hombres y mujeres; es decir, actitudes, expectativas y valores que una sociedad en concreto determina como masculinas o como femeninas.

Se adscribe a las personas al grupo de hombres o de mujeres. Se espera de ellos y ellas un determinado comportamiento “propio de su sexo” (social), y los demás se relacionan con ellos y ellas de formas concretas en función igualmente de su sexo. Estos dos únicos modelos de género que se establecen en nuestra sociedad, masculino y femenino, se presentan como antagónicos, esto es, lo que es masculino no puede ser femenino, y viceversa, presentando dos exclusivas maneras de ser en la vida.

A esta característica antagónica, se le suma otra característica: la desigualdad. Existe una jerarquía cultural de valores por la que se concede una situación superior al género masculino frente al femenino. Los rasgos considerados masculinos son considerados socialmente más importantes que los femeninos, del mismo modo que las funciones y papeles sociales que desarrolla cada género.

Concluimos entonces que la masculinidad es una construcción histórica y cultural que dicta cómo debe ser una persona de sexo masculino, a la que se le asocia por ende, el género masculino. Así, el término de “masculinidad hegemónica” hace referencia a las conductas de masculinidad dominantes, lo que incluye los modelos más tradicionales de dominación por género; basados, por ejemplo, en mandatos como “los hombres no lloran”, “siempre son valientes”, “nada femeninos”, “incuestionablemente heterosexuales”, etc., lo que se relaciona con lo mencionado anteriormente sobre la característica antagónica de ambos modelos. En otras palabras, se trata de los valores, las creencias, las actitudes, mitos, estereotipos o conductas que legitiman el poder y la autoridad de los hombres sobre las mujeres (y sobre todos los demás que no sean hombres heterosexuales).

Esta masculinidad hegemónica está actualmente en crisis, debido al impacto del feminismo en la sociedad, que ha replanteado las características y los roles asignados a cada género. Esto ha provocado el surgimiento de nuevas formas de ser hombre y que configuran nuevos modelos inacabados y en continua transformación de masculinidades diversas. Así, se puede ser hombre y ser miedoso, tierno, coqueto, débil, pacífico, paternal, cuidadoso, etc., características culturalmente asociadas al género femenino, sin ser por ello tachado de niño, mujer u homosexual.

Para conseguir el cambio social para la igualdad real entre sexos, es necesario que los hombres se planteen o se replanteen las relaciones de género con su pareja, la distribución de las tareas domésticas, la educación en corresponsabilidad de sus hijos e hijas, la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, etc., aspectos de los que históricamente se ha encargado la mujer.





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